Un policia (Edward Woodward) llega a Summerisle, una isla apartada, desde donde se ha denunciado la desaparición de una niña. Recibido inicialmente de manera apática por los lugareños, comienza a sospechar una conspiración, pero se intriga con la ausencia de interés por parte de la madre de la niña, que primero desconoce a su hija, y luego acepta su desaparición como algo natural. Por supuesto, este será el comienzo de un misterio aún mayor, que implica que la totalidad de la población del lugar ha regresado a un culto pagano en el que, año a año, realizan celebraciones que pueden o no incluir sacrificios. Las profundas convicciones religiosas del protagonista, hacen que tome el asunto como algo personal, y más cuando descubre un abandonado sepulcro que sería el de la niña desaparecida. Poco puede responder el dueño de la isla, Lord Summerisle (un soberbio Christopher Lee), que no solo está enterado, sino que también dirige los pintorescos ritos. Inicialmente, por sus dosis de erotismo y canciones, parecería que estamos en presencia de un musical paródico, pero el cariz de la trama toma ribetes más serios y complejos a medida que avanza, para concluir en uno de los desenlaces más crueles del cine.
FA 3928
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