Rivette debutó como director con este largometraje en el que un grupo de intelectuales, entre bohemias discusiones, se enfrenta a una posible conspiración internacional que busca dominar al mundo, lo que provoca el suicidio de varios opositores. Filmado de forma independiente a lo largo de dos años, el futuro director de La bella mentirosa (1991) reflexiona sobre la realidad, el artificio, el pesimismo y la paranoia, y sus efectos en el quehacer artístico.
Del conglomerado artístico de la Nouvelle Vague, Jacques Rivette fue el menos prolífico y el más esquivo. Hoy, cuando se celebran los cincuenta años de dicho movimiento, es el menos citado y recordado de ese cine que emergió y se alzó como algo nuevo.De todas aquellas nacientes películas que configuraron una forma diferente de entender el cine, París nos pertenece es una de las menos mencionadas. Posiblemente fue la más excesiva de todas, con sus 141 minutos de metraje que sustentan un prolongado macguffin conspiratorio. Pero quizá sea la película que mejor muestra cómo esa corriente de pensamiento, que en aquellos años estaba en boga, era transpirada por los jóvenes turcos.Es, por derecho propio, la película más existencialista de todas, desde su mismo argumento, que parte de la investigación emprendida por una joven estudiante francesa, Anne Gaoupil, del suicidio de un republicano español emigrado a Francia. De entrada, se presencian varios aspectos que permiten atestiguar cómo Rivette, el principal teórico de la política de autores en Cahiers du Cinéma, entró en la modernidad. Por un lado, destaca la construcción del personaje protagonista, que emerge desde el rol femenino clásico unidimensional para irse configurando como una personalidad acorde con los nuevos tiempos de los años 60.Porque Anne le sirve al espectador para introducirse en un ambiente parisino poblado de estudiantes, aficionados al teatro independiente y exiliados izquierdistas. Todos ellos, en sus reuniones y sus encuentros en las calles urbanas, conforman un ambiente metropolitano enrarecido, en el que pesa un sentimiento de paranoia, desolación, inquietud y angustia por la presencia de un poder invisible y totalitario de largos tentáculos, que se cierne sobre los jóvenes intelectuales y progresistas.A medida que Anne va entrando en ese círculo de amigos de su hermano, pierde definición y gana ambigüedad. Se fragua en su interior una lucha dialéctica entre razón y sensibilidad cuando se enamora de Gerard, el director de teatro aficionado que trata infructuosamente de estrenar una representación de Pericles. Además, el influjo hipnótico que ejerce en ella Philip, un americano exiliado, la empuja a interesarse por el misterioso suicidio de Juan y a adentrarse en unas aguas turbulentas que desestabilizan la ingenua unidad del principio. Asistimos, pues, a un trayecto de descomposición anímica marcado por la lucha de fuerzas contrarias en su interior, en un progresivo estado de confusión.De esta manera, Anne está emparentada con otra mujer protagonista del cine de la rive gauche, la Emmanuelle Riva de Hiroshima mon amour (Alain Resnais, 1959).Jacques Rivette partcipó en una histórica mesa redonda en torno a Hiroshima mon amour en la que afirmó que este filme era cubista, ya que dicho arte establecía "una especie de reconstitución de la realidad a partir de cierta fragmentación que puede parecer arbitraria al profano". Algo similar encontramos en la película con la que Rivette debutó en el largometraje, ya que la acumulación de situaciones sin aparente causalidad, engarzadas casi por acumulación, puede dar la impresión de que no existe una estructura regida bajo un signo organizador, de que se trata de una narración temeraria que tiene la desmesura como su principal valedor. La superabundancia existe, es innegable. Es una actitud contraria a la concisión casuística del cine clásico. Rivette reedifica la realidad desde la superposición de coyunturas. De esta manera, el suspense propio de un thriller tradicional que crea Rivette a partir del misterioso suicidio de Juan se estira hasta el paroxismo, hasta incumplir las expectativas del espectador: de forma subversiva, Rivette acaba anulando el suspense por agotamiento. Esta propuesta novedosa, que deconstruye el cine académico, supone una gran exigencia para el espectador.: primero se lo seduce con elementos de tensión y luego se le niega el placer detectivesco. Como sus coetáneos, Rivette lanza constantes líneas de fuga que rompen la unidad sistémica cerrada del armazón narrativo. Apunta hacia el teatro y las renuncias exigidas para canalizar la creación en instituciones ya establecidas. Presenta París como ciudad de acogida de exiliados. Dibuja una juventud desorientada frente a los cánones impuestos, etcétera. Es tal la diseminación y complejidad de las líneas narrativas, que su actitud críptica acaba extenuando al espectador. Todo es aludido sin nombrarlo y los abusivos diálogos que pueblan el filme noquean al público.Su estilo discursivo, nota común de las individualistas proposiciones de la Nouvelle Vague, se interesa por aprehender una vivencia colectiva puramente existencial. Algo que Louis Malle iba a acometer posteriormente, pero desde una óptica intimista y claustrofóbica, en su filme El fuego fatuo (Le feu follet, 1963). Salvando las distancias y viéndolo en perspectiva, es como si Louis Malle hubiera querido explicarnos la angustia existencial de Juan, el suicida omnipresente, una ausencia que marca al resto de los personajes. Como la Rebeca de Alfred Hitchcock (Rebecca, 1943), pero en clave esencialista.
Jean Paul Sartre resuena con fuerza en unos personajes desplazados y angustiados que conforman, y no es poco, las nuevas generaciones escépticas ante el legado que heredan. Pero si Sastre consideraba que el hombre era "un proyecto que se vive subjetivamente" y que "la existencia precede a la esencia", Rivette fotografiaba la zozobra de las nuevas generaciones y su naufragio ante una sociedad enferma. El miedo al totalitarismo y la presencia de gobiernos dictatoriales, como el de España en aquellos años, hacen emerger la paranoia que nubla el proyecto lanzado al porvenir representado por todo hombre, tal como creía Jean Paul Sartre. (Texto de Manu Argüelles, tomado de El Espectador Imaginario)FA 4223
No hay comentarios:
Publicar un comentario