La gran manzana está podrida
«América ha amado y siempre amará a los fuera de la ley.»John Carpenter
«Algunos hombres prefieren ser islas. Snake Plissken es una de esas islas».Kurt Russell
ADEMÁS de por ser una de las obras maestras de su director, John Carpenter, hay muchos motivos que hacen de 1997: Rescate en Nueva York una película especial, única e irrepetible. Uno de ellos es su arranque memorable, quizá uno de los más atractivos del subgénero futurista. 1988: el crimen en Estados Unidos aumenta un 400%. La ciudad de Nueva York se ha convertido en la única prisión de máxima seguridad del país. Todos sus accesos han sido minados. Dentro no hay guardias, sólo los presos y las sociedades que ellos mismos han establecido. Un ejercito fuertemente armado vigila el perímetro de Manhattan. Quien entra no vuelve a salir. 1997: ahora. Un grupo revolucionario estrella el avión del presidente en la ciudad prisión. Las autoridades encomiendan la misión de rescate a un convicto recién llegado, el misterioso Snake Plissken, ‘El serpiente’. Visto con la perspectiva actual, no deja de sorprender el hecho de que una historia con tanto potencial, escrita por Carpenter y Nick Castle, se pudriera en un cajón desde 1974 hasta 1980, año en el que AVCO-Embassy Pictures diera luz verde a un proyecto llamado a convertirse por méritos propios en lo que los norteamericanos denominan un cult classic.
Sin embargo, la genialidad de la película no se sostiene simplemente por esta premisa argumental sino sobre los hombros de su protagonista, Snake Plissken, ‘El serpiente', el más grande de los personajes que habitan la filmografía carpentiana y, sin duda, la mejor creación de Kurt Russell. Pantalón de camuflaje, camiseta negra, cazadora de cuero raída, barba, melena y un parche en el ojo izquierdo son los rasgos físicos de un antihéroe de voz susurrante y movimientos tan silenciosos como los de el animal que le sirve de apodo. Cínico, descreído, individualista, seguro de sí mismo, impasible, desconfiado y muy resolutivo, Snake es la estrella de la función, un arquetipo que, como afirma la productora de la película, Debra Hill, «representa el otro lado de América. El antipatriota patriota. Alguien que querríamos ser pero que tenemos miedo de ser» (1). La primera aparición en escena de Snake no tiene nada que ver con las rimbombantes entradas del héroe de acción al uso, sin embargo, desde el principio atrapa la atención del espectador con su magnética personalidad y su mirada de cíclope. Estamos ante un personaje de cualidades cuasi legendarias, alguien de quien el resto de presos habla con admiración y respeto. «Tú eres Snake Plissken. Pero, ¿no estabas muerto?», preguntan invariablemente todos los que se encuentran con él, añadiendo un aura de leyenda a su personalidad.
Plissken es el motor y el alma de la película. Engañado por el jefe de seguridad de la prisión —Hauk, encarnado por un también memorable Lee Van Cleef—, no tiene más remedio que rescatar a un presidente que poco le importa antes de que expire un plazo de 22 horas, momento en el que los pequeños explosivos inyectados en sus arterias explotarán. Sus motivaciones no son altruistas. Sólo quiere sobrevivir a cualquier precio, sin importarle la suerte de los demás. Ello que queda patente en una polémica escena, censurada la primera vez que el filme se emitió por televisión en Estados Unidos, en la que es testigo de la violación de una mujer y no hace nada para evitarlo simplemente porque no es asunto suyo. La composición de este antihéroe se completa con otra pincelada magistral: a diferencia de los titánicos campeones del cine de acción, Plissken es vulnerable, sangra, puede ser herido. Los 45 minutos finales —casi la mitad del metraje—, se los pasa cojeando por una herida de flecha en la pierna, algo impensable en un héroe de acción tradicional.
Las primeras escenas que transcurren en la prisión revelan la verdadera naturaleza de 1997: Rescate de Nueva York: un spaghetti westernposmoderno disfrazado de película futurista y aderezado con una perfecta mezcla de géneros: desde la aventura pura y dura a la sátira postapocalíptica. Aunque en ningún momento se habla de guerra nuclear, Manhattan es un escenario dantesco, un paisaje de pesadilla sucio y devastado que tiene mucho de esas ciudades fronterizas del oeste, donde conviven todo tipo de personajes peligrosos, sin moral ninguna. Al tono dewestern que domina la cinta contribuye también de manera muy determinante la presencia en el reparto de Lee Van Cleef —icono de ese género gracias a títulos como La muerte tenía un precio, El bueno el feo y el malo o El halcón y la presa, entre otros—, cuya mirada penetrante de ave rapaz da una réplica perfecta a Snake; y la de un personaje secundario, Romero, cuyo psicótico estilo recuerda a las interpretaciones del no menos legendario Klaus Kinski.
Ninguno de los personajes que pueblan la cinta se rige por valores positivos o códigos éticos. El microcosmos de la prisión posee una estructura piramidal, esperpéntico reflejo de la sociedad que existe fuera de sus muros, coronada por un personaje salido de la blaxploitation, el Duque de Nueva York —encarnado por el cantante, Isaac Hayes—, y dividida en bandas o castas muy similares a las contemporáneas tribus urbanas. El líder del mundo libre tampoco se salva de la quema. Cobarde, mezquino y tan oportunista como los habitantes de la prisión, el presidente de los Estados Unidos —interpretado eficazmente por Donald Pleasance—, merecería compartir el mismo destino del resto de los reos. La mirada desencantada, satírica —es paradójico que el cuartel general de los guardias de la prisión esté ubicado precisamente en Liberty Island, a los pies de la Estatua de la Libertad— y amarga de Carpenter no deja lugar a ningún tipo de esperanza o fe en la raza humana: la gran manzana, al igual que el resto del mundo que la rodea, está podrida. Su crítica al poder y a los estados represores y su alegato en favor de las libertades individuales le han convertido en un agitador de conciencias, únicamente tolerado porque envuelve sus mensajes con el papel de la ciencia ficción o el terror, eficaz arma para despistar a los obtusos.
La desesperanzada y mordaz visión de la sociedad occidental que muestra1997: Rescate en Nueva York es compartida con otra serie de películas de ciencia ficción, rodadas desde finales de la década de los 60 a la primera mitad de los 80, entre las que merece la pena destacar El último hombre vivoy Cuando el destino nos alcance, como directas precursoras, Mad Max, como hermana de sangre, y Terminator y Robocop, como continuadoras y actualizadoras del subgénero al tocar el tema de los peligros que encierra la progresiva deshumanización del individuo en una sociedad cada vez más tecnificada.
En el apartado técnico resalta el excelente diseño de producción de Joe Alves —sobre todo teniendo en cuenta el presupuesto total del filme: 5 millones de dólares—, la dirección fotográfica de Dean Cundey y el revolucionario uso que se hizo de la steadicam, que, por aquel entonces, empezaba a utilizarse en la industria norteamericana. La banda sonora de la cinta es puro estilo Carpenter: una partitura con un único tema, sencillo, rítmico y pulsátil.
En el conjunto de la filmografía del cineasta norteamericano, 1997: Rescate en Nueva York se sitúa entre La niebla y La cosa. Esta última vuelve a estar protagonizada por un antihéroe cínico y desarraigado, también interpretado por Kurt Russell, atrapado en lugar de en una cárcel de cemento en una de hielo, la Antártida. De obligada mención es también 2019: Rescate en L. A.,secuela de 1997 —única vez que Carpenter se ha permitido semejante lujo en toda su carrera—, que repite el mismo esquema argumental punto por punto pero sin llegar ni de lejos al nivel de la original, al cargar las tintas en una excesiva caricaturización de personajes y situaciones que, en lugar de potenciar la sátira, acaba desembocando en una triste parodia.
FA 4175
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