martes, 5 de julio de 2011

Robert Rossen - Lilith (1964)

Vincent, un veterano de guerra, regresa a su ciudad natal, Maryland, y se pone a trabajar como terapeuta ocupacional en un centro psiquiátrico privado para ricos. Allí, conoce a Lilith, una joven esquizofrénica y encantadora, cuya frágil belleza cautiva a todos los que la conocen. También Vincent se queda prendado de ella y será capaz de mentir y a traicionar con tal de no perderla, pero llega un momento en que ya no es capaz de distinguir el mundo de la locura y el de la cordura.
Si bien la carrera de Robert Rossen, tanto en su faceta de guionista como en la de realizador, se caracterizó por la hondura inhabitual alcanzada en el retrato de unos personajes torturados y unos ambientes sórdidos, en la complejidad moral con que están planteadas, ofreciendo como resultado una visión de su país nada complaciente, lo cierto es que sorprende la sutileza y belleza del díptico formado por sus dos obras postreras: El buscavidas (The Hustler, 1961) y Lilith (1964). Ni siquiera los logros alcanzados en sus tres primeros films como director, Johnny O'Clock (1947), Cuerpo y alma (Body and Soul, 1947) y El político (All the King's Men, 1949) presagiaban los destellos poéticos y la profundidad de estas dos últimas obras. (...)
Aunque menos conocida que El buscavidas, Lilith es la obra maestra de Rossen y una de las películas más inauditas del cine americano de los años sesenta. El poso de amargura que rezuman estas dos obras es lo que les confiere su definitiva grandeza, y su profunda verdad proviene de la autenticidad que surge de lo vivido, de la sedimentación de un hondo pesar que nace en ese tiempo de canallas, y su lenta destilación hacia la madurez artística. El film narra la relación que se establece entre Vincent Bruce, un excombatiente de la guerra de Corea que tras su regreso empieza a trabajar en un psiquiátrico, y Lilith, una de las pacientes del mismo. (...)Ya desde los títulos de crédito se anticipa el clima desasosegante que va a impregnar de forma indeleble al film, y algunas de sus ideas directrices: la irrupción de la pasión, y sus consecuencias (asumida de forma hedonista y desprejuiciada por Lilith, y culpabilizadora y destructiva por Vincent), en la vida de los personajes, a través de los cambios musicales que acompañan los créditos, que alternan la serenidad de los compases iniciales con el ímpetu de unas notas levemente jazzísticas; similar intención premonitoria está impresa en la conformación visual de estos créditos de inicio: el dibujo de unas mariposas que progresivamente irán siendo traspasadas, primero por una serie de líneas, luego por lo que va conformando una telaraña cada vez más tupida, unas imágenes éstas que pronto tendrán su correlato visual en las primeras secuencias del film, en que es frecuente que veamos a Vincent encuadrado a través de las rejas de las ventanas del manicomio, bajo la mirada de Lilith, primer indicio de la situación en que se va a encontrar a lo largo del film. Significativamente, en el primer encuentro entre ambos, una excursión campestre en que se inicia la relación entre Vincent y Lilith, un misterioso plano, ahora sin un punto de vista correspondiente a ningún personaje, mostrará en esta ocasión a los dos entre el enrejado de la ventana, índice del común atrapamiento en esta telaraña que el film básicamente nos va a narrar —imagen la de la telaraña que reaparece en otro momento del film, en las diapositivas que el doctor Lavrier (James Patterson) hace proyectar como ilustración de su charla sobre las características de la enfermedad mental—.La idea de un sentido de la libertad y la imaginación atrapadas por los mecanismos represores de una sociedad de la que la psiquiatría se constituye en uno de sus instrumentos va a ser constante en el film, sobre todo a partir del retrato de Lilith. Pero evitando un planteamiento tan reduccionista (reducida a esto, la película apenas tendría interés, prolongaría un discurso reiterado en bastantes ocasiones), esta telaraña, como hemos visto, parece afectar también a Vincent, esto es, siguiendo los planteamientos de la película, a uno de los instrumentos más crueles y destructivos de esa sociedad, que de esta forma deviene víctima y victimario, como lo fue el propio Rossen, de ese sistema, evacuando así al film de cualquier tipo de maniqueísmo y proporcionándole su gran riqueza moral. Si prácticamente todos los que han analizado este film coinciden en destacar el extraordinario retrato que se hace del personaje de Lilith, merece la pena señalar que no menos complejo y atractivo es el que Rossen hace de Vincent.Y es que nos encontramos ante un film que no admite, al menos sin perder buena parte de su valor, lecturas unívocas, en que la ambigüedad y la indeterminación forman parte de sus estrategias de producción de sentido más importantes. (...)Sin embargo, a pesar de lo que pueda parecer en primera instancia, la película evita ofrecer un retrato maniqueo de los personajes. Aunque parece evidente que Rossen se siente muy identificado con Lilith, en ningún momento se oculta que el personaje es, en efecto, una enferma mental (y de hecho ella misma lo utiliza cuando le conviene). Aún más, se trata de un personaje que no está exento de contradicciones, algunas de ellas incluso que afectan a lo más esencial de su persona, a la naturaleza profundamente vital del personaje (...)Lo cierto es que uno de los rasgos definitorios de este film es la permanente sensación de turbiedad que planea sobre sus imágenes. Hay algo en el personaje de Vincent que recuerda, nada más y nada menos, al Norman Bates de Psicosis(Psycho. Alfred Hitchcock, 1960), otro film sobre la locura y la represión sexual. Para Vincent, el personaje de Lilith es simultáneamente una oportunidad de expiar un sentimiento de culpa del que no puede escapar, el no haber podido salvar a su madre de la locura, y un deseo erótico hacia su madre que no contribuiría poco a aumentar tales sentimientos culpabilizadores (y más en un personaje tan moralcomo Vincent).«Pocas muertes en la historia del cine han sido tan inoportunas como la suya», escribieron Bertrand Tavernier y Jean Pierre Coursudon sobre Rossen . En efecto, la inmarchitable belleza, la inagotable fuente de sugerencias y sensaciones que suponen El buscavidas y especialmente su última película, Lilith, hacían presagiar la realización a continuación de unas películas que probablemente habrían hecho de su autor uno de los cineastas más interesantes y personales de su generación y no en el director bastante e injustamente desconocido que es ahora. Desgraciadamente, nunca lo sabremos. (Texto de Josè F. Montero, tomado de Miradas de Cine)
FA 4243

No hay comentarios: