Christine (1983)
Cinematográficamente hablando, Christine (1983) no es una de las mejores películas de John Carpenter, de la misma forma en que la novela de Stephen King en la que está basada tampoco es el más contundente ejemplo de la obra de este prolífico escritor. Sin embargo, algo que para mí siempre ha sido innegable es el poder que yace en el subtexto tanto del libro como de la película, y en eso no tiene rival. Este detalle es por desgracia poco tomado en cuenta incluso por los fans de la cinta, muchos de los cuales resumen su argumento en la historia de un coche diabólico que va por ahí matando gente, cuando en realidad se trata de más, mucho más.
De la misma manera en que Carrie exploró los cambios de la adolescencia femenina a través de las convenciones del horror sobrenatural, Stephen King logra con Christine una mirada directa a ese gigantesco mundo de inseguridades que es la adolescencia masculina y la búsqueda de la virilidad, ligada de manera indisoluble a la relación entre un joven y su coche. Este concepto no pudo pasar desapercibido para John Carpenter, un director a quien ciertamente no se le dan muy bien los personajes femeninos, pero que conoce la psicología masculina a la perfección. Para 1983 ya King era una megaestrella (de hecho, la película entró en producción antes incluso de que el libro fuera puesto a la venta), por lo que Carpenter recibió todo el apoyo posible para llevar a cabo su obra con una gama de libertades como pocas veces ha tenido. Gracias a eso, ha logrado aportar su toque personal a la historia ya desde el primer fotograma, en el que el símbolo "V" del Plymouth Fury se nos antoja como unos ojos diabólicos en medio de la oscuridad, un ambiente interrumpido por la visión de la cadena de ensamblaje donde Christine es armada al tiempo que en el fondo suena Bad to the Bone, mostrándonos que el coche al que se hace referencia ha sido creado desde el principio como una fuerza del Mal. Afortunadamente, esta facultad viviente de la máquina nunca es explicada, por lo que no hay que preocuparse de justificar su existencia.
Más de veinte años después de su creación, Christine pasa a las manos de Arnie Cunningham, el típico adolescente empollón víctima del matonismo estudiantil y del nulo éxito con las mujeres. La relación entre Arnie y su coche (al que repara prácticamente a partir de la chatarra) es un auténtico acto de amor que poco a poco comienza a afectarle, como si el resurgimiento de ese coche fuese también el advenimiento de su propio hombría. En cuestión de semanas, Arnie pasa de ser un auténtico canijo a convertirse en lo que siempre ha deseado: un hombre capaz de enfrentar a sus represivos padres y a los gamberros que le han hecho la vida imposible, sin mencionar el conquistar a la chica más guapa del instituto. Sin embargo, poco a poco ese afecto hacia Christine comienza a cobrar su peaje, hasta que la violencia de Arnie y de su vehículo se funden en una sola, mostrando al conductor como un desquiciado y al coche como un monstruo capaz de destruir todo aquello que amenaza la simbiosis entre "ella" y su dueño. El momento en el que un delirante Arnie envuelto en sombras describe el Amor como una fuerza inmisericorde que lo devora todo es, por ello, harto reveladora.
Como siempre, Carpenter logra momentos geniales con la cámara. Como casi todas sus películas, Christinefue filmada en Cinemascope, por lo que la pantalla literalmente se llena con las visiones contrastadas del tranquilo suburbio de Arnie (el mismo, por cierto, que asolara Michael Myers) y la polvorienta guarida de fierros viejos y oxidados donde el coche poco a poco va cobrando vida. Una vez que la película entra de lleno en lo sobrenatural loa historia no pierde interés, especialmente en esa espectacular imagen de Christine envuelta en llamas rodando por una solitaria carretera de noche.
Por supuesto que la película tiene sus problemas, empezando por el hecho de ser (en mi opinión) demasiado larga, así como tener un final un poco acelerado. Sin embargo, Carpenter no nos abandona en ningún momento, y jamás deja de mostrar el inmenso interés que siente por el material, así como el increíble personaje que ha creado con este coche perverso. Para el momento final, nos queda muy claro de qué lado están las simpatías de este director cuando la insulsa noviecita de Arnie dice con su voz de ratoncito: "odio el rock n' roll".
John Carpenter es Dios.
FA 4177
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