Hace cincuenta años, Godard confesó en una entrevista que "el cine ya no se encuentra necesariamente en las películas". Luego, pensando en aquella época, recordó que, para él y su generación, escribir en Cahiers du cinéma no era escribir sobre cine ni teorizar: era una manera de hacer cine. Al filósofo Gilles Deleuze siempre le picó un poco el tono de esta afirmación de Godard, pues parecía suponer que eso de la teoría es una cosa meramente abstracta. Por eso, en la última página de La imagen-tiempo,Deleuze insistió en que la teoría filosófica es por definición una práctica. Una práctica de los conceptos, por ser más preciso. Y en justa correspondencia, tras reivindicar para la filosofía la naturaleza de una práctica,reconoció, para algunos prácticos,la condición de filósofos: "Los grandes autores de cine son como los grandes pintores o los grandes músicos: nadie habla mejor que ellos de lo que hacen. Pero, al hablar, se transforman en otra cosa, se transforman en filósofos o en teóricos, hasta Hawks, que no quería saber nada de teorías, hasta Godard, cuando finge despreciarlas". Deleuze, como tantos otros, se oponía a la teoría romántica del genio, de inspiración kantiana, que supone que el artista genial está incapacitado por definición para dar cuenta de su obra. Para Deleuze, la marca de los grandes autores es justamente la contraria: hablan como nadie de lo que hacen y, a veces, hablan incluso de los conceptos que utilizan y que ponen en juego.En el caso de Godard, la cosa es rigurosamente cierta: nunca ha parado de hablar. No sólo sobre el cine, sino también de los conceptos que el cine suscita y genera, de la naturaleza de la imagen, de la relación entre el ver y el oírode la cultura y el arte. Ha hablado sin parar. Y ahora Núria Aidelman y Gonzalo de Lucas han editado un volumen de quinientas páginas, ya imprescindible, con una brillante selección del Godard de las entrevistas, presentaciones y conversaciones. El libro, claro, anda metido en un cofre de películas (Ensayos,Intermedio). Y el resultado es deslumbrante, porque, en verdad, uno puede convencerse, si no lo estuviera ya, de lo mismo que sus editores: "El pensamiento de Godard no puede circunscribirse a la historia del cine, sino que pertenece ya a la historia de las ideas".En este libro insólito puede confirmarse, entre tantísimas otras cosas, el impulso filosófico y teórico de Godard, no al hablar sobre el cine, sino al hacerlo: "Siempre he pensado que estaba haciendo filosofía, que el cine está hecho para hacer filosofía". "El cine está para hacer metafísica. Por otra parte, es lo que hace, pero no se ve o quienes lo hacen no lo dicen". Y la metafísica, a juicio de Godard, no tiene que ver con algo abstruso o opaco, sino con esa capacidad, que él reconoce en las manzanas de Cézanne, para acercarse a una nueva dimensión de lo cotidiano. En todo caso, el cine tiene que ver, para Godard, con el cruce del pensamiento y lo visible: "El cine está hecho para grabar el pensamiento bajo una cierta forma visible". "El cine estaba hecho para hacer teoría, pero bajo una forma visible, práctica y espectacular". "Mi única intención no es decir una cosa, mi único propósito consiste en poder hacer que se piense algo". "El cine está hecho para pensar, puesto que está hecho para relacionar".De ahí que Godard, que siempre ha tenido una alergia especial por las definiciones, por fijar en palabras la complejidad de las cosas, se considere un ensayista: "Hago ensayos en forma de novelas o novelas en forma de ensayos; simplemente, los filmo en vez de escribirlos". En ocasiones ha confesado que pretendía filmar "un pensamiento en proceso", a pesar de la dificultad de hacer eso, o que, aparte de contar una historia, había pretendido contar la historia de una idea, del mismo modo que pronto descubrió que el comentario de la imagen podía formar parte de la propia imagen (al modo como en cierto Bach, el que admira, la música incluye la teoría).Por ir rápido: Godard ha adaptado de Merleau-Ponty la intuición genial de L´oeil et l´esprit:"El cineasta piensa con los ojos y los oídos"; ha convertido en obsoleta la ontología de la imagen de Gadamer; ha corregido a Deleuze desde dentro de Deleuze, llevándolo más lejos. Y, por encima de todo, ha lanzado un reto al pensamiento filosófico para dejar de hacer con el cine algo parecido a lo que Kant hizo con la música: considerarla tan ajena al mundo de las ideas como la jardinería. Ahora ya no es posible una filosofía de espaldas al cine. O incluso aún más: con Godard, el cine ha dejado de ser materia para la reflexión filosófica para ser, de pleno derecho, pensamiento filosófico. De ahí el título: algún día habrá que escribir la segunda parte de este artículo y empezar a pensar su cine como filosofía. (La filosofía de Godard, texto de Xavier Antich
"Hacer un film consiste en superponer cuatro operaciones: pensar, filmar y montar. No todo puede estar en el guión; o si todo está en él, si la gente ya ríe o llora leyéndolo, lo que hay que hacer es imprimirlo y venderlo en una librería." Jean-Luc Godard
FA 4241
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