La historia de Muharrem, un hombre de vida austera que repentinamente accede a un nuevo status social gracias al cometido como recaudador que le concede el líder de su comunidad religiosa, sirve a Kiziltan para retratar con bastante agudeza las tensiones en el seno de una sociedad que fluctúa entre lo secular y lo religioso, entre lo profano y lo sagrado. Lo que era una apacible, vulgar y despreocupada existencia, se transforma en un complejo choque de conflictos morales, donde el deseo reprimido, la lealtad y la justicia reclaman protagonismo por separado. Además de narrar sutilmente los dilemas a los que Muharrem debe enfrentarse a diario en un ámbito donde cuesta discernir entre pecado y virtud, otros planos de interpretación, mucho más interesantes (posiblemente por resultar tan ajenos a esa visión occidental que todo lo quiere reducir a conflicto de civilizaciones), nos muestran las sinrazones de los mecanismos de poder y su neurótica autoridad. El cambio progresivo de su carácter hacia la soberbia y el desprecio absoluto por lo laico y terrenal finalmente le conducirá a la locura, destino intrínseco que parece conjurar una sociedad que sigue sin encontrar su propia identidad, algo que Muharrem opta por buscar para perderse por completo en sí mismo.
El gran trabajo de Erkan Can dando vida al protagonista de esta historia es uno de los máximos alicientes de un film que mantiene un buen pulso narrativo hasta su tramo final, donde la película parece comenzar a desinflarse por culpa del abrupto altibajo que presenta este personaje. La trama también está trufada de innecesarias visiones oníricas (con una coartada casi moralista) que rompen lamentablemente el estilo y el tono de la mayor parte del metraje. Pero en general, su planteamiento, su ritmo y sus inequívocas referencias culturales y políticas lo dotan de gran atractivo. Una excelente carta de presentación de un director que vigilaremos en el futuro. (David López en Séptimo Vicio)
FA 4218
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