Tratamiento de shock
Pese a que Hélène Mason es una mujer de éxito
nota el paso del tiempo y frustración de envejecer. Convencida por su amigo
Jérôme decide ingresar en la exclusiva clínica del doctor Deviliers, un idílico
complejo de salud entre acantilados en la costa francesa. Poco a poco, la
extraña actitud de los jóvenes portugueses que trabajan en el centro, el turbio
suicidio de su amigo no hará más que incrementarlas y la indiferencia que todo
esto provoca en el cerrado círculo de clientes levantan las sospechas de la protagonista,
que cuando quiera interrumpir su tratamiento y abandonar la clínica será
obligada a continuar solo para descubrir la verdad siniestra que se esconde
tras la obsesión por la belleza y la juventud.
La verdad es que poco puedo aportar en relación a un
director tan desconocido como Alain Jessua más allá de consignar que su
esplendor crítico, centrado principalmente en sus cuatro primeras películas,
fue tan fulgurante como su declive. Tratamiento de shock fue su mayor
éxito comercial, siendo la primera estrenada en España (con múltiples cortes) y
el primer paso hacia un olvido que, vista la película tampoco se puede decir
que sea totalmente injustificado.
Ciertamente, no carece de virtudes ni de
interés y es, en conjunto, un trabajo agradable y disfrutable, más por lo que
cuenta que por como lo cuenta. Visualmente resulta un tanto apagado,
formulario, sin el nervio plástico necesario para
tensar la paranoia de una historia que reincide, de modo oblicuo, en la moda
sobre los personajes femeninos en conflicto (vital, sexual, psicológico) que
vehiculaban su neurosis a través de maliciosos artefactos de suspense y terror.
Con fecha de nacimiento en la fundamental La
semilla del diablo (1968) de Roman
Polanski —por mucho que el francopolaco ya hubiese ensayado el
«género» con Repulsión tres
años antes, fue el impacto taquillero de esta obra maestra el que descubrió la
veta— esta variedad se extendió rápidamente a los territorios del giallo,
o guarrigiallo en feliz definición de Carlos Aguilar, con los filmes
de Sergio Martino para/con Edwige Fenech (principalmente, La perversa
señora Ward en 1971 y Todos los colores de la oscuridad en 1972)
y también a fronteras tangentes con el comentario social y la ciencia-ficción,
caso de la superlativa Huellas de pisadas en la luna (1974) con la
gran actriz brasileña Florinda Bolkan y autoría de un director de carrera
corta y talento mayúsculo como fue Luigi Bazzoni, la recuperable The
Stepford wives (1975) que realizara Bryan
Forbes con protagonismo de la fabulosa Katharine
Ross. En esta corriente se incrusta la película de Jessua, que reparte
protagonismo entre Annie Girardot y un maligno Alain Delon (reunidos doce años
después del Rocco
y sus hermanos de Luchino
Visconti) en un raro papel de villano sin escrúpulos donde el encanto
tenebroso y el enorme magnetismo físico del divo funcionan a la perfección. En
muchos aspectos bien se podría hablar de esta película como pieza de una
posible (y bien real) politique des acteurs, en el sentido de que no le
pertenece tanto a Jessua como a su dúo protagonista, miembros de ese star
systemeuropeo.
Si, como ha quedado dicho, formalmente la cinta
presenta pocos estímulos, principalmente la dialéctica entre el
primitivismo latente de la historia (esos cantos y percusiones que invaden la
banda sonora) y el pulcro diseño de su arquitectura e interiores, que incluye
citas a la serie de culto El prisionero en esa comunidad idílica, ese
centro de vacaciones eternas del que no se puede escapar. A partir de esta
oposición se construye la parte más interesante, un discurso atravesado de
humor negro y vitriolo social. El doctor Devilers, regresado a la civilización
después de conocer lo salvaje, después de viajar a la esencia depredadora del
hombre, controla una tribu de elegidos (ese momento en el que sobrevuela sus
posesiones con una avión igualando a ovejas y humanos), representantes de una clase
alta perpetua y vampírica que se levanta, literalmente, sobre la carne y la
sangre de los trabajadores a los que consume, devora y remplaza. Un discurso un
tanto burdo, simplificado para hacerlo caber en un formón de género saturado de
metáforas obvias, pero tampoco carente de verdad y mucho menos de efectividad.
Para Alain Jessua la lucha de clases tiene dientes y los usa.•
FA 4769
No hay comentarios:
Publicar un comentario