lunes, 25 de junio de 2012

Alain Jessua - Traitement de choc (1973)



Tratamiento de shock

 Pese a que Hélène Mason es una mujer de éxito nota el paso del tiempo y frustración de envejecer. Convencida por su amigo Jérôme decide ingresar en la exclusiva clínica del doctor Deviliers, un idílico complejo de salud entre acantilados en la costa francesa. Poco a poco, la extraña actitud de los jóvenes portugueses que trabajan en el centro, el turbio suicidio de su amigo no hará más que incrementarlas y la indiferencia que todo esto provoca en el cerrado círculo de clientes levantan las sospechas de la protagonista, que cuando quiera interrumpir su tratamiento y abandonar la clínica será obligada a continuar solo para descubrir la verdad siniestra que se esconde tras la obsesión por la belleza y la juventud.


La verdad es que poco puedo aportar en relación a un director tan desconocido como Alain Jessua más allá de consignar que su esplendor crítico, centrado principalmente en sus cuatro primeras películas, fue tan fulgurante como su declive. Tratamiento de shock fue su mayor éxito comercial, siendo la primera estrenada en España (con múltiples cortes) y el primer paso hacia un olvido que, vista la película tampoco se puede decir que sea totalmente injustificado.
   Ciertamente, no carece de virtudes ni de interés y es, en conjunto, un trabajo agradable y disfrutable, más por lo que cuenta que por como lo cuenta. Visualmente resulta un tanto apagado, formulario, sin el nervio plástico necesario para tensar la paranoia de una historia que reincide, de modo oblicuo, en la moda sobre los personajes femeninos en conflicto (vital, sexual, psicológico) que vehiculaban su neurosis a través de maliciosos artefactos de suspense y terror. Con fecha de nacimiento en la fundamental La semilla del diablo (1968) de Roman Polanski —por mucho que el francopolaco ya hubiese ensayado el «género» con Repulsión tres años antes, fue el impacto taquillero de esta obra maestra el que descubrió la veta— esta variedad se extendió rápidamente a los territorios del giallo, o guarrigiallo en feliz definición de Carlos Aguilar, con los filmes de Sergio Martino para/con Edwige Fenech (principalmente, La perversa señora Ward en 1971 y Todos los colores de la oscuridad en 1972) y también a fronteras tangentes con el comentario social y la ciencia-ficción, caso de la superlativa Huellas de pisadas en la luna (1974) con la gran actriz brasileña Florinda Bolkan y autoría de un director de carrera corta y talento mayúsculo como fue Luigi Bazzoni, la recuperable The Stepford wives (1975) que realizara Bryan Forbes con protagonismo de la fabulosa Katharine Ross. En esta corriente se incrusta la película de Jessua, que reparte protagonismo entre Annie Girardot y un maligno Alain Delon (reunidos doce años después del Rocco y sus hermanos de Luchino Visconti) en un raro papel de villano sin escrúpulos donde el encanto tenebroso y el enorme magnetismo físico del divo funcionan a la perfección. En muchos aspectos bien se podría hablar de esta película como pieza de una posible (y bien real) politique des acteurs, en el sentido de que no le pertenece tanto a Jessua como a su dúo protagonista, miembros de ese star systemeuropeo.
   Si, como ha quedado dicho, formalmente la cinta presenta pocos estímulos, principalmente la dialéctica entre el primitivismo latente de la historia (esos cantos y percusiones que invaden la banda sonora) y el pulcro diseño de su arquitectura e interiores, que incluye citas a la serie de culto El prisionero en esa comunidad idílica, ese centro de vacaciones eternas del que no se puede escapar. A partir de esta oposición se construye la parte más interesante, un discurso atravesado de humor negro y vitriolo social. El doctor Devilers, regresado a la civilización después de conocer lo salvaje, después de viajar a la esencia depredadora del hombre, controla una tribu de elegidos (ese momento en el que sobrevuela sus posesiones con una avión igualando a ovejas y humanos), representantes de una clase alta perpetua y vampírica que se levanta, literalmente, sobre la carne y la sangre de los trabajadores a los que consume, devora y remplaza. Un discurso un tanto burdo, simplificado para hacerlo caber en un formón de género saturado de metáforas obvias, pero tampoco carente de verdad y mucho menos de efectividad. Para Alain Jessua la lucha de clases tiene dientes y los usa.•

FA 4769

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