“Algunos salen emocionados
del cine, otros salen mareados”
El director de Solo contra
todos e Irreversible define su nueva película como “alucinógena”. Aunque es
ateo, el cineasta argentino radicado en Francia sostiene que se vio tentado a imaginar
“una experiencia post mortem vista de manera subjetiva”.
Radicado en Francia desde
1976, el director argentino Gaspar Noé logró al menos dos cosas: consolidar un
nombre propio dentro del terreno cinematográfico y que dejaran de mencionarlo
sólo como el hijo del prestigioso artista plástico Luis Felipe “Yuyo” Noé. En
Francia, Gaspar Noé elaboró toda su filmografía, incluyendo Enter the Void, que
se estrenará este jueves en la cartelera porteña. Si bien el film es de 2009,
luego de circular por diversas muestras –entre ellas el Festival de Cannes,
donde integró la
Sección Competitiva Oficial–, Noé tenía en mente esta
película desde los 19 años. Hoy tiene 48, pero diversas experiencias lo
conectaron con el germen de este largometraje. De aquella época de juventud
recuerda una película “alucinógena” (tal como la define) de Ken Russell sobre
un científico que viajaba a México a probar peyote y vivía una serie de
experiencias extrañas. Por aquella época, Noé también leía libros sobre las
historias de vida después de la muerte física. Aunque se define como ateo, de
aquel entonces recuerda el Libro Tibetano de los Muertos. Todas estas vivencias
potenciaron la idea de realizar Enter the Void. Y finalmente la concretó
después de ver Lady in the Lake, una película de Robert Montgomery, filmada
desde un punto de vista subjetivo: “Me hizo un click en la cabeza y pensé: ‘qué
bueno sería hacer una película “alucinógena” en la cual todo esté visto desde
el punto de vista del personaje principal, por sus ojos o por su mente cuando
cierre los párpados’”, relata Noé.
¿Y Enter the void es una
película “alucinógena”? Sí. Con una estética muy psicodélica, el film de dos
horas y cuarenta minutos de duración presenta la historia de Oscar (Nathaniel
Brown) y su hermana Linda (Paz de la
Huerta ), dos jóvenes que viven separados desde su infancia,
después de que sus padres mueren en un accidente automovilístico. La trama
comienza con Oscar viviendo en Tokio y pasando la vida como dealer y, a la vez,
como adicto. Hasta que le propone a su hermana que vaya a vivir allí. Linda,
entonces, comienza a trabajar como stripper en un local nocturno. Un amigo le
menciona a Oscar el Libro Tibetano de los Muertos, que relata experiencias del
alma cuando se separa del cuerpo. Pronto, en un bar nocturno, donde se trafica
y se consume droga, Oscar encuentra la muerte cuando la policía le dispara.
Desde ese momento, Enter the Void se transforma en una experiencia alucinada:
el alma de Oscar ve todo lo que sucede en el mundo de los vivos y comienza a “recorrerlo”
en busca de su hermana, con quien Oscar había convenido que nunca se
distanciarían. La forma que encontró Noé de mostrar el recorrido del alma de
Oscar es a través de una cámara subjetiva que siempre está enfocando desde
arriba cualquier situación, simulando que el que está mirando es precisamente
el espíritu del protagonista. Esa metodología de filmación complementada con
efectos visuales hace de Enter the Void una película que prácticamente simula
también una experiencia “lisérgica”.
Noé –que vino a Buenos
Aires a presentar el film– relata a Página/12 que pensó en Tokio para filmar la
historia porque la considera una ciudad “muy alucinógena y rara. La gente casi
no habla inglés y si ponía un personaje a vender drogas en Japón era mucho más
inquietante, porque la lucha contra las drogas en Japón es muy fuerte”. Para
elaborar la historia de Enter the Void, Noé leyó varios libros sobre
situaciones post mortem y también vio películas. “Hay muchas teorías sobre la
experiencia cercana a la muerte; yo no creo que haya ningún tipo de vida tras
la muerte, pero es muy probable que haya una fase alucinógena en el momento de
la muerte”, admite. No solo leyó y vio films sino que también se basó en
experiencias personales vividas cuando viajó a Perú con un amigo a conocer a
unos chamanes. “Fui y estuve tomando ayahuasca en la selva y eso me sirvió como
documentación para hacer las secuencias alucinógenas”. Noé explica: “Vi un
montón de cosas, tuve alucinaciones, aunque no puedo decir que haya vivido algo
que se parezca a una experiencia cercana a la muerte”, confiesa.
–El humano es el único ser
vivo que no tolera su límite biológico. Por eso es posible entender la
existencia de las religiones que proponen “un más allá”, algo que va a aligerar
la idea de la muerte. Por otro lado, las drogas también ofrecen “un más allá”.
¿Cómo observa esto teniendo en cuenta que tanto “el más allá” como las drogas
aparecen en su película?
–Hay gente que ha probado
ketamina para tener una experiencia de acorporación. Yo nunca la probé. Es un
remedio que sirve para anestesiar a los caballos cuando se rompen una pata. Hay
gente que dice que se parece a una proyección astral que sentís desde afuera
porque te anestesia tanto que hasta se anestesia tu sentido del equilibrio. Y
si cerrás los ojos parece que estás flotando por encima del suelo. Uno de los
fondos de comercio de las religiones es hacer creer que en el más allá vas a
ser retribuido o castigado por tus actos. Yo no tengo ningún tipo de religión
ni la quiero tener, pero al mismo tiempo es fascinante ese mito que vendieron
de manera masiva a todo el mundo. Hay gente que cree en los platos voladores y
otra que no. Hay gente que cree que el alma puede separarse de la carne. Yo no
creo en eso. Pero igual me divertía al ilustrarlo para la película.
–¿Y cuál es su opinión
sobre la muerte?
–Que nos va a tocar a
todos (risas).
–Pero le pregunto porque
no se imagina algo similar a la historia de Enter the void.
–No, pero hay estados
psicóticos en los cuales uno se siente morir. Yo me desmayé dos o tres veces en
mi vida. Y en esa situación sentís como que te vas de tu cuerpo y te parece que
te estás muriendo.
–Teniendo en cuenta que el
protagonista muere y su fantasma deambula, ¿la historia está anclada también en
recuerdos de infancia, una época en que uno suele fantasear con los fantasmas?
–El guión lo empecé a
concebir a los veinte años y creo que uno tiene mucho más miedo a la muerte a
los veinte que a los cuarenta. Y se nota que las obsesiones de la película son
postadolescentes porque se habla mucho de droga, sexo y de vida tras la muerte.
Uno después cumple o no cumple con el destino que deseaba, pero creo que el
miedo a la muerte va desapareciendo poco a poco. A veces, hay gente que a los
setenta ya está enferma, uno trata de convencerla de que quizá haya algo detrás
de esta puerta mágica y te dice: “No, por favor, yo quiero dormirme y no
despertarme nunca”. El verso ese de que otra vida nos espera es un verso que
funciona con la gente joven y no con la gente vieja.
–¿Y a qué lo atribuye?
–A que la gente no quiere
irse sin cumplir sus deseos sociales y biológicos. Entonces, es como un
tranquilizante.
–Un aspecto particular en
el tema de la división entre alma y cuerpo es que el alma de Oscar tiene
recuerdos. ¿Cómo funciona eso y cómo se le ocurrió?
–Algunos libros sobre el
tema, como el Libro Tibetano de los Muertos, cuentan cómo antes de pasar a otra
dimensión uno ve un espejo de toda su vida, donde todos los momentos se
confunden. Es como un resumen general de la vida de uno y de sus últimos días.
Así que eso lo integré en el guión para explicar de dónde viene y a dónde va su
mente. Quizás esa parte de la película debería haber sido menos cronológica.
Pero me costó tanto conseguir el dinero para la película que si encima
estructuraba toda esa parte de manera más mental, me habría resultado difícil
financiarla.
–¿La definiría como una
película psicodélica o que propone un viaje de ese estilo?
–Sí. Cuando los
productores buscaban dinero, la vendían como “un melodrama psicodélico”. Es
cierto que el guión era más sentimental que el resultado final, que es un poco
más inquietante. La parte visual tomó el poder de la parte sentimental de la
película. Hay personas que salen emocionadas, pero hay otras que salen
mareadas, porque la cámara se mueve demasiado.
–A pesar de reflejar desde
el aspecto visual situaciones alucinatorias, el film no parece mostrarse ni a
favor ni en contra de las drogas. ¿Lo planteó así?
–Yo no estoy ni a favor ni
en contra. De adolescente probé muchas cosas y no me arrepiento, pero tampoco
se lo aconsejo a nadie. Te podés encontrar en situaciones tan complicadas y tan
siniestras por el efecto o la adicción a las drogas... Cuando yo probaba drogas
psicodélicas desde los veinte y tenía el guión de esta película en mi mente, siempre
pensaba que lo hacía también de manera utilitaria. No era que lo hacía tan sólo
de manera recreativa. Las veces que tomé hongos o ácidos hacía anotaciones para
la película futura.
–¿El juego que usted
propone es invitar al espectador a que experimente la muerte de Oscar como si
fuera la suya propia?
–Sí. Habría sido mejor si
la hubiese hecho en 3D, pero cuando la filmamos, Avatar todavía no había salido
en salas, así que era inconcebible (risas). Es una experiencia post mortem
vista de manera subjetiva. Hay personas que ya han tomado muchas sustancias
alucinógenas o cosas así y que al ver la película, me dijeron: “Uh, es
exactamente así lo que yo veía cuando tomaba”. Y hubo gente que nunca probó la
más mínima droga en su vida que me dijo: “¡Ay! Qué suerte que vi tu película
porque ahora yo sé lo que es tomar drogas y sé que nunca tomaré”. Mi película
es como La batalla de Argelia, que les servía tanto a los fachos como a los
revolucionarios. Hay películas que tienen esa ambigüedad, que hace que campos adversos
se reconozcan en ellas.
–¿Por qué decidió filmar
el largometraje en primera persona, es decir, desde el punto de vista del
protagonista?
–Porque si quería ver lo
que transcurre dentro de su mente, me parecía lógico hacer toda la película en
percepción subjetiva. Quizá también porque el día que vi Lady in the Lake, la
película que le mencioné de Robert Montgomery, que es en versión subjetiva,
pensé que sería muy bueno filmar así para mostrar lo que es un estado de
conciencia paralela y alterada.
–¿Cómo concibió la
relación entre forma y contenido a la hora de construir esta ficción?
–No sé si la forma
prevalece sobre el contenido, pero la determiné anteriormente al contenido.
Pensé en la forma como en un envase y después pensé cómo meter las cosas dentro
de ese envase. No sé si eso dañó la parte emocional de la narración o no. Desde
el vamos, era una película muy conceptual y poética. Y cuando entrás en una
zona donde estás describiendo la vida post mortem de un espíritu que vuela
sobre los vivos, una alucinación de ese orden, podés entrar en lugares donde la
forma es más importante que el contenido.
–¿Por qué trabaja con
actores no profesionales, como en este caso con Nathaniel Brown, el
protagonista del film?
–Porque a veces son más
simples los no profesionales que los profesionales. Y trabajé en Irreversible
con caras conocidas como Monica Bellucci, Vincent Cassel y Albert Dupontel.
Pero para esta película pensé que la gente se identificaría más con los
personajes si las caras eran desconocidas. Creo que hay gente que tiene carisma
y otra que no. Y, a veces, te podés dar cuenta de que alguien tiene suficiente
carisma para no sentirse intimidado por la cámara. La vez pasada estaba en Los
Angeles y conocí al actor Joaquín Phoenix. Y me dijo: “Qué bueno el actor
francés, quiero conocerlo”. Y le dije: “Pero no es actor, trabajó sólo en mi
película”. Y es cierto que son dos personas que a nivel de carisma se parecen
mucho. Y estoy seguro de que si se conocen se van a llevar recontra bien. Y a
Paz, que está perfecta en la película, la gente le reprocha, a veces, que es
medio desaforada y exhibicionista, pero todo eso era bueno justamente para el
personaje de la película. Hay otras actrices que son más mansas, pero yo
prefería tener a alguien como Paz porque es lo que precisaba para la pantalla.
FA 4812
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