Como persona conocedora y sumamente interesada en la Rusia actual, llevo mucho
tiempo esperando la película perfecta que enseñe cómo es esta apasionante parte
del mundo. De entrada, a la mayoría de filmes rusos es bastante difícil
acceder, y tienen una distribución limitadísima. Pero por otro lado, demasiados
cineastas, incluso los premiados en festivales, tienen una reiterativa
tendencia (no siempre en cuanto a formas, pero definitivamente sí en cuanto a
fondo) al melodrama barato, afectado y sensiblero. Directores de moda como
Aleksei Popogrebsky (ganador del Oso de Plata en Berlín con “Cómo he pasado
este verano” [Kak ya provyol etim letom]) o Aleksei Balabanov hacen películas
teatreras, exageradas y tremendistas, y con un punto de efectismo gracias al que
consiguen venderse bien. Andrei Zvyagintsev, pese a sus esfuerzos y a estar un
poco por encima, tampoco consigue escapar del pantano cinematográfico ruso. “El
retorno” [Vozvraschenie](2003), su aclamado debut y ganador de varios premios
(como el León de Oro en Venecia, el Nika y el Águila de Oro – los principales
premios rusos – a mejor película), sedujo a un gran sector de público y crítica
y seguramente lo convirtió en el director ruso más comercial desde Nikita
Mijalkov. Reapareció tres años después con “El destierro” [Izgnanie], que pasó
más desapercibida, y ahora en Polonia y tres o cuatro países más se estrena su
tercera obra.
Elena es una mujer madura casada con Vladímir, un hombre muy
rico e insensible, con el que vive en una casa espectacular. A ella no le falta
nada, pero su hijo de una relación previa, Sergei, está en una precaria
situación económica, con esposa, un hijo adolescente y un bebé. Regularmente
Elena va a visitarlos a su piso, en uno de los miles de bloques que se
extienden por las quilométricas afueras de Moscú, y les da dinero desafiando la
ira de su marido, que los desprecia. Vladímir tiene también una hija, Katia,
con la que no se habla, pero cuando comienza a padecer seriamente de la salud,
planea hacer testamento y dejárselo prácticamente todo a ella.
En “Elena”, como en las anteriores películas de Zvyagintsev
y como tanto les gusta a los rusos, hay fundamentalmente relaciones familiares
tormentosas. Padres que no se hablan con sus hijas, mujeres casadas en segundas
nupcias con hombre millonarios y familias pobres con maridos vagos e inútiles,
esposas sufridoras e hijos adolescentes que se meten en peleas callejeras. Aquí
la película hace aguas y en buena parte vuelve a ser, una vez más, artificial y
culebronesca. En particular, la escena entre Vladímir y Katia, digna de la
telenovela más mediocre, con unas actuaciones muy pobres (especialmente la de
ella) y unos diálogos planos. Nadezhda Markina como Elena, en un papel de
protagonista claramente concebido para ser el centro del filme, está
notablemente mejor, pero todas sus escenas con Vladímir y en general todas las
que tienen lugar en la casa y en los ambientes acomodados del matrimonio tienen
un aire bastante impostado. En este sentido no ayuda la fotografía, esta
fotografía tan típica que tanto se usa ahora, limpia, brillante, fría, en tonos
azulados, pero muerta, aburrida, demasiado perfecta.
Pero si “Elena” es la mejor película de Zvyagintsev es por
el contenido social, más bien referencias, que incorpora sin aspavientos y en
la medida justa. Las mejores secuencias de la película, justo en las que suenan
los compases de la poderosa banda sonora (a cargo de Philip Glass), son
aquellas en las que Elena se adentra en los suburbios moscovitas, primero en
tranvía, luego en tren, luego a pie por los descampados (contrapuestas a la
secuencia de Vladímir yendo al gimnasio en su Audi). Es una verdadera lástima
que no se detenga más en mostrar este ambiente tan real y tan actual, tan
naturalmente ruso; y que en cambio se recree en tantos planos fijos del vacuo
chalé de Vladímir. También los personajes de Sergei y su familia son los más
auténticos, a años luz de Katia, y exponen situaciones, preocupaciones y
problemas verdaderos. El otro aspecto positivo de la película es que logra ir
un poco más allá del dramatismo puramente sentimentalista y consigue otorgar
algo más de profundidad y sobriedad a algunos personajes. Particularmente,
Elena y su nuera, que encarnan con gran acierto a mujeres silenciosas,
sufridoras, despreciadas, pero para quienes sus hijos lo significan todo.
“Elena” es el más reflexivo y maduro de los filmes de
Zvyagintsev, a cuyos seguidores seguro que gustará, pero sigue siendo una de
esas películas de plástico, hechas demasiado cerebralmente y menos con el
estómago y las vísceras, algo de lo que necesita profundamente el cine rusо.
FA 4786
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