Anne Wiazemsky está al final de "L'enfant secret" (1982) encogida y sin poder hablar, lo intenta pero sólo balbucea, escondida tras sus melena larga, su abrigo y las gafas de sol, su rostro es un esbozo. Diez años antes Françoise Lebrun en "La mama et la putain", con las facciones marcadas, más desnuda, expulsaba frente a cámara un sufrimiento irrefrenable, exponía un estado de angustia al que intentaba dar forma, una amargura que no parecía tener un origen definido. Aparecían al final del metraje todos los reproches que había estado guardando en cada minuto de la película, mientras que Wiazemsky, sin variar una expresión que ya conocíamos, sólo puede suplicar, suplicar que no la abandonen. Eustache filmaba de frente las marcas de su icono postsesentayochista, enfrentado cara a cara en la misma cama que ella, parecía grabarla sorprendido por la catarsis que acontecía; pero Garrel está lejos, fuera de la escena filmando a su icono generacional, desamparada tras el cristal de la cafetería.
Otra, otra maldita película sobre generaciones perdidas. Parece que no ha habido generación que haya podido encontrar sus sueños durante la juventud.
Otra, otra película de Garrel sobre el desencanto, otra que no se borra fácilmente.
FA 4766
No hay comentarios:
Publicar un comentario