Claudia Bacci y Mario Cámara |
Z32 (Israel, Francia, 2008): Director: Avi Mograbi. Duración
81 minutos.
La última película del director israelí Avi Mograbi retrata
el testimonio de un ex-soldado israelí que en una misión de venganza mató a dos
palestinos. Esa, suscintamente, es la historia de la película. Z32 comienza
con el propio Mograbi hablando a cámara en el comedor de su casa. Ese espacio
resulta ya familiar para quien ha presenciado alguno de sus otros documentales.
Allí, Mograbi intenta una primera puesta en escena del relato con su rostro
cubierto con una media, interpretando el parlamento del ex-soldado que luego
aparecerá en el film.
No sabemos muy bien de qué trata el parlamento. La
narración, lejos de ser fluida, se interrumpe de modo constante. La media en la
cabeza no lo deja respirar y decide hacer un recorte en la zona que cubre la
nariz, luego en la zona de su boca. También tiene problemas con la
imposibilidad de ver, y entonces recorta la máscara-media en la zona de sus
ojos. La escena muestra así la imposibilidad de que ese relato sea mediado por
la mínima estética que la instancia del documental supone. Hay un cuadro,
luces, al menos una idea de relato, un fondo. Las dificultades de esa inicial
narración funcionan como una cifra del film, puesto que de lo que trata Z32 es
de la (im)posibilidad de representar la narración del crimen cometido.
“Z32” es también el nombre cifrado del expediente del joven
ex-soldado en una organización que se ocupa de denunciar los crímenes de guerra
cometidos en el marco del conflicto palestino-israelí. Como el mismo Mograbi
sugiere en una entrevista realizada en Buenos Aires en 2008, la letra y el
número suponen una serie discreta de otros expedientes, es decir, de otros
casos de crímenes de guerra.
Desde ese inicio, Mograbi estructura su film en tres
espacios y tres temporalidades diferentes y entremezcladas. El comedor, locus afectivo,
escenario de dudas y cuestionamientos familiares sobre el oficio de filmar, o
mejor sobre qué es lo que debe ser filmado. Allí, Mograbi ingresara primero a
un pianista y luego a toda una orquesta con la que se hará acompañar en una
reflexión cantada, un desafinado coro griego que de modo constante se
repregunta sobre la condición ética de darle voz e imagen a un ex-soldado
asesino de palestinos. Y sin embargo, ésta “es la historia de un soldado
formado para ser el mejor”, cantan a coro en el comedor, la historia de un
joven alguna vez idealista y “de izquierdas” que acepta formar parte de un
grupo militar de elite en Israel. De un modo casi brechtiano, ese espacio
íntimo habilita un diálogo directo con el espectador del film. Asistimos, no
sólo a las dudas de Mograbi, no sólo a la construcción de un metatexto sobre el
film al que estamos asistiendo, sino a un procedimiento que, por su carácter
intencionadamente disonante y hasta grotesco, nos obliga a establecer una
distancia con la materia narrada.
En segundo lugar, el documental sigue la búsqueda, de la que
participa el ex-soldado y el propio Mograbi, del poblado en donde una noche
“Z32” mató a dos palestinos, siguiendo órdenes de sus superiores en una misión
de venganza por la muerte de soldados israelíes en un atentado. A bordo de un
auto, recorren juntos una ruta solitaria y también recuperan una memoria
esquiva, que de repente, casi de un modo involuntario emerge frente a un muro.
“Es aquí”, señala el ex-soldado. Lo que sigue es el contrapunto entre esa
mirada del presente y el relato de la memoria. Y es también el relato sin
atenuantes de una experiencia. No hay en las palabras de Z32 ningún
distanciamiento ni ninguna justificación. Por el contrario, se trata de una
recuperación vívida de la sensación, excitante y cargada de adrenalina, tal
como la define el protagonista, de aquella noche en que, junto a otros
compañeros, mató a dos palestinos. Y revive las corridas, los tropiezos y los
disparos. Los muertos.
Finalmente, el tercer espacio es el de la casa del propio
ex-soldado, la escena que él mismo arma para filmar el diálogo entre él y su
novia con la cámara de Mograbi. Aquí la escena comienza in media res y
el discurso del ex-soldado ya no consiste simplemente en narrar lo sucedido,
sino en tratar de encontrar una explicación de por qué sucedió aquello y
(quizás) la comprensión y el perdón de su novia.
Desde el punto de vista formal, el fragmento filmado por el
propio ex-soldado, se muestra con toda la impericia que ello implica: fuera de
foco, desencuadres, escenas malogradas. En este espacio, éste le pide a su
novia dos cosas: que lo entienda y luego que lo perdone. “Contame mi historia”,
le dice, esperando que se ponga en su lugar relatando o interpretando lo que él
le ha contado. “Para la mujer y los hijos de ese hombre vos sos un asesino”
dice ella. “¿Y para vos?”, arriesga él. La joven evade una respuesta. Lo sabe,
pero no puede decirlo. El soldado también sabe, lo dice, que podría ser
detenido en cualquier lugar del mundo. Tiene miedo de que lo reconozcan en la
calle, que lo maten. De esta manera, este tercer espacio progresa hacia un
desenlace abierto en el que el diálogo virtualmente se interrumpe cuando ella
no puede y no quiere ponerse en el lugar del novio y le pide que detenga la
cámara.
La temporalidad de este tercer espacio, a diferencia de las
otras que parecen haber seguido una progresión, es recursiva y traumática
puesto que el ex-soldado retorna una y otra vez a la situación del asesinato.
Gira en torno a ese vórtice de su vida que parece querer devorarse todo en él.
Asimismo, la totalidad del documental puede ser pensado como la sucesión
interrumpida, como la articulación balbuceante, fragmentaria pero también
ordenada por esa cuasi-pluralidad de puntos de vista, de lo que sucedió aquella
noche en que ese ex-soldado mató a dos palestinos.
Por otra parte, en ese tercer espacio aparece la escucha del
otro, la capacidad o la incapacidad de entender y/o perdonar. Una vez más, la
novia del ex-soldado permite que pensemos en Mograbi en cuanto director de ese
film y en nosotros como espectadores de ese relato. Las sucesivas narraciones
del ex-soldado, todas ellas idénticas y aún así dislocadas, también nos
interpelan a nosotros en tanto espectadores. El film parece dividirse entre la
negación absoluta de la mujer de Mograbi, que aparece al comienzo del film y en
sucesivas referencias del director, las dudas del propio Mograbi, que a pesar
de todo filma, y el intento fallido de comprensión de la novia del ex-soldado.
El film expone también tres formas de dar la voz y de
mostrar el rostro de un criminal. Es la voz del propio ex-soldado que dice cómo
fue, qué sentía, cómo corría y cómo apretó el gatillo. Está la voz de Mograbi,
que no puede decir, que se ahoga y canta ¿el juicio de la historia? Está la voz
de la novia, impostada representación del joven soldado, de los modos militares
de ordenar, de darse aliento. Y está el silencio de las víctimas. Los rostros
son todo un desafío, porque el soldado tiene miedo (y tiene razón en tenerlo) y
no quiere mostrar su rostro, apenas el número de su legajo criminal. Z32. Y
además ¿cómo dar rostro a un asesino? ¿Soportaríamos verlo hablar de lo que ha
hecho? ¿Queremos saber que es nuestro vecino, ese joven tan atento? Mograbi (y
su esposa) saben esto. No queremos verlo, apenas escucharlo pedir perdón. Los
rostros enmascarados del ex-soldado y su novia inundan la pantalla, borroneados
digitalmente primero, y luego con una máscara digitalizada que oculta las
facciones pero expone su artilugio. Incluso se trata de darle forma más humana,
y la máscara se puebla de cejas y dimensiones reales. Hasta allí llegamos.
Falta apenas un paso más para correr la máscara y verlo. Mograbi detiene allí
su indagación.
FILMOGRAFIA de AVI MOGRABI: Cómo aprendí a vencer el
miedo y a amar a Arik Sharon(1997), Feliz cumpleaños Sr. Mograbi (1998), Agosto,
antes de la explosión (2001), Venganza por uno de mis dos ojos (2005)
y Z32 (2008)
FA 4780
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