Cuando el mundo se
desajusta de a poco
El maquinista jubilado del
título es el protagonista casi excluyente de una película que vuelve a
demostrar que los países nórdicos, lejos de la frialdad, pueden cultivar una
extraña forma de comedia existencial, cáustica y algo absurda.
Odd es el nombre del señor
Horten, maquinista ferroviario en edad de jubilarse. En inglés, odd quiere
decir extraño, raro, singular, por lo cual está justificadísimo el título con
el que esta extraña, rara, singular ¿comedia? nórdica, que tres años atrás
anduvo mucho por festivales, se estrena en Argentina. No sólo algunas del
finlandés Aki Kaurismäki, sino también las del sueco Roy Andersson (Songs From
the Second Floor, La comedia de la vida) confirman como especialidad
escandinava la de la comedia-existencial-cáustica-y-ligeramente-absurda. A esa
vertiente había hecho ya sus aportes el noruego Bent Hamer, con películas que
aquí se vieron en ciclos de la
Sala Lugones , como Eggs (1995) y Kitchen Stories (2003). No
tanto la de mayor repercusión, Factotum (2005), basada en la novela homónima de
Charles Bukowski y protagonizada por Matt Dillon, Lili Taylor y Marisa Tomei.
Exhibida en la edición 2008 de Cannes y estrenada ahora aquí en el sistema de
DVD ampliado, El extraño Sr. Horten sí se inscribe decididamente en esa línea,
a la que lleva al límite mismo del onirismo y la abstracción.
El guión de O’Horten –tal
el título original, con un apóstrofe más irlandés o escocés que noruego o
sueco– da la impresión de haberse reducido a una frase: “Después de jubilarse,
el señor Horten vive una serie de episodios curiosos”. Hombre solitario, que
vive junto a la vía del tren y jamás abandona su pipa, como el Jeff Costello de
El samurai la única compañía del señor Horten parece ser un pajarito (o dos: la
distancia desde la cual se lo(s) muestra no permite precisarlo). Que antes de
salir a trabajar cubra la jaula con un paño permite pensar que el hombre tiene
sus rituales. Rituales que la inminente jubilación echará por tierra. El
espectador más o menos entrenado en esta clase de películas sabe que no será
cuestión de intentar adivinar, por la lectura del rostro o los gestos, qué le
pasa a Horten: más allá de su sonrisa y su aspecto afable, difícilmente se le
mueva una ceja en toda la película. Tampoco va a enfrascarse en grandes
conversaciones. Pero cerrado no es. Por el contrario, su acceso a la tercera
edad parece poner a Horten en un estado de curiosa disponibilidad, propia de un
chico.
No por nada es un chico el
que le hace compañía la noche de su jubilación, cuando un pequeño absurdo
cotidiano le impide llegar al departamento en el que sus compañeros han
organizado la fiesta de despedida. Los chicos se extravían, y eso le sucede
otra noche en un aeropuerto semivacío, en busca de un conocido dispuesto a
comprarle un barco. Finalmente conocerá a un excéntrico hombre mayor, inventor
de inventos jamás patentados, viajero fascinado con destinos remotos y
especializado, según sostiene, en manejar con los ojos cerrados. Allí nos
enteraremos de que la mamá de Odd Horten fue una de las escasas mujeres
esquiadoras de Noruega, donde por lo visto no está bien visto que las damas se
dediquen a ello. Una dedicatoria final informa que es el realizador quien tuvo
una mamá pionera del esquí femenino noruego. ¿Qué sentido tiene todo esto? Por
suerte, el señor Hamer parece más interesado en las grietas de sentido que en
el sentido mismo. En los huecos que abre de pronto la lógica cotidiana. Huecos
que hacen que un hombre se convierta en intruso involuntario, pase la noche
oculto bajo una cucheta, llegue tarde a su último viaje o sea testigo –entre
divertido y perplejo– de un chofer que maneja, sobre el hielo más resbaloso,
con los ojos vendados.
Más próximo a Kaurismäki
que a Andersson, Hamer adopta una política de no intervención, una distancia
que en ocasiones utiliza la cámara, que no implica frialdad, distanciamiento
emocional o cosificación de lo observado. Por el contrario, se percibe una
inconfundible corriente de empatía –pudorosa, pero cálida– para con el
protagonista, menos extraño que extrañado por el mundo que lo rodea. Un mundo
en el que basta que una pieza se desencaje para que la mecánica se torne menos
lógica de lo que se conviene en creer. Allí, en esa relación entre un mundo
súbitamente extraño y un individuo extrañado, se percibe la sombra de Jacques
Tati, permitiendo ver en el señor Horten un posible hijo extraviado de Monsieur
Hulot.
Vengo encantado de ver “El
extraño señor Horten”, gran película del noruego Bent Hamer recientemente
estrenada en los cines argentinos. Se puede decir que es una película tan
sencilla como interesante.
La cámara en el módulo del
conductor nos muestra un tren partiendo desde los hangares y echando a correr
entre el paisaje de colinas nevadas de Noruega. Horten es ingeniero ferroviario
o mejor dicho, conductor de locomotoras. Ha llegado a los 67 años debe dejar su
servicio para jubilarse, aunque no pareciera tener ganas. El retiro lo obliga a
salir de su vida rutinaria, del refugio en el que vive. Los hoteles donde para
a comer y unas horas mas tarde, emprender el regreso, y la anciana
camarera que le prepara las cenas.
Ahora, con el tiempo
libre, debe salir al mundo, donde lo espera una Oslo que respira bajo la nieve.
Acompañado de su inseparable pipa, el conductor se encuentra con un chico que
le pide compañía para poder dormirse, con un viejo amigo que le intenta comprar
un pequeño bote de pesca que posee, con la esposa del dueño de la tienda de
tabaco y pipas o con un curioso personaje de aspecto vagabundo con quien
termina compartiendo la casa y algunas anécdotas de la vida. Horten se anima a hablar
de su madre, de carácter severo y exigente, y recuerda una cuenta pendiente: un
salto en esquís desde una alta plataforma tal como lo hicieron todos sus amigos
del colegio secundario.
Horten, a partir del
encuentro con estos distintos personajes irá descubriendo el mundo y
descubriéndose a sí mismo. Los paisajes de Oslo lo irán acompañando en la
aventura, que se llena paulatinamente con toques de comedia. Un hombre serio y
formal en un mundo moderno y tecnológico.
Soy un enamorado de este
tipo de películas con historias simples, acaso porque las encuentro como parte
de la vida cotidiana. Porque si bien el filme está construído con estos
sencillos pasajes, no hay allí exacerbaciones: un hombre mayor que se pregunta
por su presente y su pasado. Con sus cosas buenas y malas, alegrías y
nostalgias.
Diego Sandro
FA 4762
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