Kárhozat (La
Condena ) 1988 – Béla Tarr
Karrer lleva una vida retirada en una población minera. Las
tardes las pasa siempre en el bar Titanik, cuyo dueño le propone participar en
una operación de contrabando, pero él prefiere cederle ese trabajo al marido de
la cantante del bar. (FILMAFFINITY)
Navegando por la red, hará cerca de un año, me topé con un
director del que antes nunca había oído hablar: era el húngaro Béla Tarr.
Recuerdo haber leído bien acerca de él y que su estilo podía recordar al de
Andrei Tarkovsky, realizador realmente admirado por un servidor. Con esto y
habiendo visto un par de fotogramas de sus películas, comencé a buscar hasta
hacerme, en DVD, con uno de sus logros más reconocidos, la maravillosaWerckmeister
Harmóniák(traducida al español comoArmonías de Werckmeister); seguidamente vi
un corto por
youtube, y, hace unos días, me hice con Kárhozat (La Condena ), de la que
pretendo hablar en esta entrada.
No sé si porque la primera vez me cogió un mal día (algo que
por desgracia suele ocurrir), porque la película así lo requería, o bien por
las dos cosas; la tuve que ver dos días seguidos. El primer día me costó
entender alguno de sus elaborados diálogos y acabé con una idea algo borrosa
del filme. Sin embargo, y para mi sorpresa, el segundo visionado me hizo
disfrutar como pocas veces de una película. Entendiendo esta vez, no sin
esfuerzo en ocasiones, sus conversaciones, de las que te das cuenta de su
grandeza y del papel tan importante que tienen en el largometraje.
Como el propio Tarr ha dicho, La Condena tiene un
argumento bastante sencillo. Un hombre llamado Karrer pasa la mayor parte del
día en bares. Su amigo, el dueño de un bar, le propone un trabajo clandestino
para el que es necesario salir de la ciudad. Karrer decide pasárselo al marido
de una bella cantante de la que está enamorado.
Onírica, poética, desesperanzadora, triste pero nunca
autocompasiva; la película trata de la fugacidad de la vida (“Tengo que
observar el lastimoso esfuerzo de la gente al intentar hablar antes de que
caigan en su tumba. Pero no hay tiempo, porque ya están cayendo.”), los amores
no correspondidos, la inmensa soledad en la que viven algunos de sus personajes
y cómo esto les destroza; en definitiva, del puro y absoluto fracaso
existencial.
Todo esto a través de lentos planos-secuencia minuciosamente
organizados; una bellísima fotografía en blanco y negro en la que abundan la
niebla, la lluvia y perros callejeros (de los que el director dice que son tan
protagonistas como los demás personajes); la melancólica banda sonora de Mihály
Vig (asiduo colaborador de Béla Tarr), una actuación enigmática y sin fallos
por parte de los actores, y los ya comentados profundos diálogos. Conjunción
que deja en la película secuencias que provocan sensaciones indescriptibles,
pero ante todo belleza, como en la que la seductora y misteriosa cantante actúa
en el bar Titanik, la de la gente mirando la lluvia en la puerta de un local
mientras no escampa, o la de la fiesta cerca del final. Así, aunque quizás no
sea la mejor del director (quién originalmente quería ser filósofo),La Condena se erige como
una obra maestra, si bien no está hecha para todo el mundo como suele ocurrir
con las obras más radicales.
Por último, la anciana en una ocasión dice lo siguiente: “Créeme,
no hay nada como encontrarse mutuamente cuando hay música que reconforta el
corazón. Dos manos que se cogen, un pie siente donde pisará el otro. Y le
sigue, sin importar dónde le guíe el otro. Porque se cree que cada giro y
vaivén será como volar a partir de ahora. Quién sabe. Quizá es volar.” Pues
bien, para mí verKárhozat es volar.
Por Chino Volador para “Cuadro a Cuadro”.
FA 4749
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