«Este hombre era el diablo. Ejercía sobre mí una atracción
irresistible y desde el dia en que volvió a poner sus manos en mis caderas,
comprendí que toda resistencia sería vana». ¡Piedad! me desgañito para mis
adentros mientras me veo obligada a traducir,pour bouffer, estas huecas
sandeces. Las palabras e imágenes vacías y previsibles de la novela que estoy
traduciendo provocan un brusco contraste con las de esta enorme película que
Andrzej Zulawski rodó en 1975 con Romy Schneider, Fabio Testi, Klaus Kinski y
Jacques Dutronc en los papeles principales.
Romy Schneider y Jacques Dutronc están impresionantes.
Kinski está ajustadamente excesivo y Testi parece mal actor, una piedra en
medio de la película, pero consigue imponerse con lo que el argumento le pide:
presencia, obstinación. Todos los personajes tienen un calado que hoy nos deja
boquiabiertos. También rabiosos, indignados, por comparación. Por hambre de eso.
Creo que en la época gustó por lo atrevido y lo
excesivo del argumento, por este amor fou moderno, pero sobre todo porque el
público la entendió visceralmente. Se plantea y avanza a base de opuestos:
ficción y realidad, verdad y mentira, pornografía y arte, travestismo e
interpretación, sordidez y contención, desviacionismos y heterosexualidad.
Dolor y amor, y dolor y dolor y riesgo, valor y cobardía.
Zulawsky, polaco; Testi, italiano, doblado al francés por
¡el catalán Josep Maria Flotats!; Romy, austríaca; Dutronc, francés; Kinski,
alemán. De le Rue, autor de la música, francés. Etcétera. Es el París pleamar,
el París cosmopolita. El París sórdido, el de la poesía, el riesgo y el
vértigo. El París de la zozobra, de las deudas íntimas nunca reembolsables, el
de la belleza fraudulenta, el del colaboracionismo, y el del posexistencialismo
y las ambigüedades de la descolonización. Me da por pensar en varias cosas:
Zulawski, mucho más auténtico y arriesgado que el cada vez más narcisista (o
solitario) Pedro Almodóvar, que bebe de aquí, pero no viene de aquí. Mejor
integrado el tema contenido-continente; forma/mensaje. Zulawski contra Tel-Quel
y el estructuralismo, el barthesianismo y la sémiologie y la deconstrucción
entendida como autopsia. Por eso, un Brecht desgarrado, un Brecht anticomunista.
La hondura de lo que cuenta, el rescate personal por la
fuerza del amor, qué arriesgo por sentirme vivo y libre, por no sentir, como
dice Nadine-Romy, “que la vie est ailleurs“, podemos oponerlo a los escándalos
de bolsillo que nos brindan desde Lucía Etxebarria a Tryno Maldonado. Vamos a
más. La densidad y calado de los diálogos y de los silencios son los propios de
guionistas literatos (la película adapta una novela que se titulaba
originalmente La Nuit americaine; naturalmente, hubo que cambiarlo pero
esto teje inesperadas, interesantes redes, ecos, filias). De hecho, los
diálogos están reescritos por alguien específicamente dedicado a ello.
La habilidad para ser escandaloso y poético, desgarrado y
sobrio es lo que engancha deL’important c’est d’aimer. Fabio Testi irrumpe en
la vida cuesta abajo de Nadine-Schneider y se impone en ella hasta dibujar
todas las sombras de ese fracaso, de forma que ella se ve obligada a
cuestionarlo todo. Él se siente atraído por una mujer que ya no tiene imagen, y
eso es lo que él capta y captura primero y desde el principio su amor se
manifiesta en devolverle una imagen que ella pueda soportar de sí. Pero ella se
niega a participar en lo obvio, el flechazo, de forma que el amor se cumple
como fatalidad, como exploración. Dentro de este juego de duplicaciones que se
contradicen y se afianzan, está la imagen del amor, del enamorado como
fantasma, como sombra. Ella misma se lo dice a Testi, mientras su marido, cada
vez más fantasmal, en un camerino contiguo se traviste de payaso y representa
su papel de arlequín tragicómico, de colaborador imprescindible en el desenlace.
Testi es un fotógrafo de guerra –ha estado en Vietnam y en
Argel, desliza–, hombre de acción free-lance para varias agencias, que debe
pagar una deuda de familia–se entiende que de su padre– a un tal Mazelli,
extorsionista que brinda favores a “depravados” con pasta. Antiguo
colaboracionista, probablemente judío, Mazelli ha criado a Testi/Servais Mont,
y se niega a romper el vínculo que lo ata a él. De modo que Testi es testigo
–fotógrafo de las orgías que Mazelli organiza y con las que después tendrá
pillados a sus clientes– y motor de una liberación. Sin embargo, esa deuda
económica no puede saldarse nunca porque el acreedor no lo permite (la deuda lo
limpia haciéndose necesario para otros) y porque el deudor también se ha
acostumbrado a recurrir a ese dinero, a pedir a ese padre falso y a esa familia
grotesca que es la corte de Mazelli.
Mientras que Dutronc, el Zorro que ha salvado a la actriz de
una vida de “fornication, drogues, et tout le reste“, es un coleccionista de
imágenes de cine clásico. Un contemplativo. Un payaso amable y trágico, que
llora a solas y ríe en público (excelente tópico) , que no duda en llevar a su
mujer a protagonizar pornos. Cuando Testi le ofrece en secreto a Nadine la
posibilidad de actuar –para salir de las películas de mierda que interpreta
para “comer”–, ella recala en un montaje estrambótico del Ricardo III de
Shakespeare, que lleva a Dutronc a decir :”Así que todo este juego de gritos y
lágrimas y rodar por el suelo es lo que vosotros llamáis vida”. Y, claro: Ça
me fait déjà chier.
Excursus. Por cierto, que para quien tenga memoria, ese
escenario de cuerdas y armaduras lo copió limpiamente Albert Boadella en el
montaje de Yo tengo un tío en América, en 1992, donde actuaban dos
de mis mejores amigos de la época y protagonizaba Eduard Fernández,
hoy actor de cine y maravilloso loco en este montaje de Joglars.
Hay dos suicidios en la película –no pueden faltar
tratándose de París, me temo, ni tratándose de un cineasta de la Europa fría– y dos palizas.
Uno prologa al otro. Testi (y la fama ¡que la realidad apoya! del fotógrafo
promiscuo) le ha robado la mujer a un literato desastrado, otro payaso amable
(como si los cuernos pusieran a los hombres en esa condición de gentili
castrati) que se envenena alcoholizándose y se regala la puntilla final con
comida para gatos (jaja), pero antes le pone en contacto con Massala, el
director de teatro, travestido, que larga un discurso muy de la época sobre el
duro trabajo de rescatar la verdad como una joya enterrada en mierda.
Me gustan muchas cosas de esta película: la valentía de Romy
Schneider para lanzarse a esta piscina, mucho menos caliente que la que rodó
con Alain
Delon. Me gusta Kinski jugando a ser un actor pésimo, uno de esos actores
pésimos que se soportan solo en la ficción (por mucho que él diga lo
contrario). Me gusta lo certero que es A.Z. cuando se detiene en los
primerísimos planos de Fabio Testi para mostrar (para ella, para el espectador)
que él “está ahí”, que el amor es “estar ahí”. Cómo sólo necesita un gesto –la
mano que rodea la cabeza de ella, medio desmayada por la inyección que le
acaban de dar tras el suicidio de Dutronc; el cuerpo en escorzo esperándola
después de recibir las bofetadas de ella, incapaz de darle la razón al oírle
gritar: “Qué gilipollas. ¡Debería haberse suicidado antes de conocerte!”– para
poner los vínculos de manifiesto y afirmar el juego de resistencias y
aproximaciones de su relación. Y me gusta que, aunque o porque todo gira en
torno al sexo, a la pornografía, ellos no hacen el amor en la película pero
todo juega y gira en torno a la idea de merecerlo.
FA 4789
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